sábado. 20.04.2024

Debido a los grandes intereses que hay detrás de la mayoría de descubrimientos científico-tecnológicos, puede suceder que la invención humana tenga una vertiente “poco agradable” o “incómoda”, que pasa totalmente desapercibida para la sociedad a la que éstos van dirigidos. Para dar buena prueba de ello, os presento a continuación dos de los ejemplos más “sonados” de esta lucha científica que se desarrolla en forma de obtención patentes y modelos de utilidad, por las que algunos investigadores o instituciones científicas han conseguido o pretenden poner a buen recaudo posibilidades o derechos casi inimaginables y medios, ganancias o bienes extremadamente valiosos y/o lucrativos. Otros casos célebres relacionados con invenciones y conflictos de propiedad que no son motivo de presentación en este artículo son la patente del teléfono, la radio, la invención del láser y la obtención del aluminio por electrolisis, entre otros. Alguno de estos procesos ha permanecido en litigio durante 30 años. 

Pero antes de entrar en detalle vamos a responder la pregunta clave. ¿Qué es una patente? Según la Oficina Española de Patentes y Marcas, se define patente como un título otorgado por el Estado que da a su titular el derecho de impedir temporalmente a otros la fabricación, venta o utilización comercial en ese país de la invención protegida. Legalmente, a cambio del monopolio de explotación, el titular de la patente se ve obligado a describir su invención de modo que un experto medio en la materia pueda ejecutarla. También tiene la obligación de explotar la patente, bien por sí mismo o a través de otra persona o empresa autorizada por él. Además, su explotación debe realizarse dentro del plazo de cuatro años desde la fecha de presentación de la solicitud de patente, o de tres años desde la fecha en que se publique la concesión (se aplica el plazo que expire más tarde). En caso de que la patente no sea explotada, su licencia caduca. Finalmente, puede ser objeto de una patente: un procedimiento, un método de fabricación, una máquina o aparato o un producto. Y la ley también permite que este producto puede estar compuesto o contener material biológico.

Según se desprende de datos publicados, entre 1991 y 2018, el registro de patentes de EE.UU reconoció la friolera de casi cinco millones de patentes. Justo las mismas que en los 155 años anteriores. No obstante, estos datos han generado mucha controversia debido a que se permite oficialmente registrar conceptos e ideas, aunque en la mayoría de casos estas invenciones tengan muy poca conexión con la realidad. Así, un gran número de patentes están basadas en datos, modelos y experimentos totalmente ficticios o “proféticos”, como señalan algunos responsables de oficinas de innovación. En contraposición, para evitar esta sinrazón, las legislaciones de ciertos países europeos, Canadá, Japón o China intentan ser mucho más escépticas ante este tipo de prácticas.

Veamos un par de ejemplos más que representativos de conflictos de propiedad y guerra de patentes en relación a invenciones científico-tecnológicas que han hecho correr ríos y ríos enteros de tinta (que no de sangre, claro está): 

Ejemplo 1: La batalla por iluminar Nueva York. Si leer se encuentra entre vuestras aficiones o pasiones, os aconsejo enfrascaros en la recreación literaria de la conocida como guerra de las corrientes. Esta disputa se recoge bastante fielmente en la novela ‘La Luz de la noche’ de Graham Moore, un famoso escritor estadounidense autor de The Scherlockian, una primera novela que formó parte de la lista de libros recomendados por The New York Times, y el guionista de la excelente película The Imitation Game, un trabajo por el que fue galardonado con un Oscar en 2015. ‘La luz de la noche’ se publicó en 2017 por la editorial LUMEN perteneciente a Penguin Random House y narra de forma brillante (término más que adecuado para esta historia) el comienzo conflictivo del «matrimonio moderno entre negocios y ciencia que alumbraría la tecnología» y su corolario, que el mundo necesita visionarios, artesanos y vendedores como lo fueron sus tres protagonistas: Nikola Tesla, George Westinghouse y Thomas Alva Edison. Estos tres personajes se enfrentaron legalmente en una contienda de egos encubierta por las patentes de la bombilla y la corriente eléctrica, que se convirtió en el logro tecnológico más importante del mundo a finales del siglo XIX. 

Por aquel entonces la electricidad podía sustituir el vapor para hacer funcionar los motores. Era una segunda revolución industrial y, en ciudades europeas y americanas, las centrales eléctricas se multiplicaban basadas en el diseño de Pearl Street, la central que Edison estableció en 1882 en Nueva York. Fue la primera instalación para la producción eléctrica comercial del mundo y abastecía una pequeña área de Manhattan. Posteriormente la demanda de electricidad condujo al deseo de construir centrales eléctricas más grandes y de llevar la energía hasta una mayor distancia. Además, la rápida distribución de motores eléctricos industriales provocó una fuerte demanda por un voltaje diferente de los 110 V usados ​​para la iluminación. Fue entonces cuando el científico de origen serbio Tesla, uno de los grandes inventores del siglo XIX y que fue al principio contratado por Edison, demostró con su extraordinario ingenio la ineficacia de las potencias de corriente continua de Edison, proponiendo sustituirlas por el uso de corriente alterna. Este cambio minimizó la pérdida de energía a grandes distancias y luego de desarrollar un sistema de generadores polifásicos alternos, motores y transformadores, el sistema se adoptó a lo largo y ancho de EE.UU. para el suministro de energía, lo que culminó en lo que se conoció como la guerra de las corrientes entre Tesla y su inversor Westinghouse contra Edison y su socio, el banquero J.P. Morgan. 

En este punto de la historia Tesla dejó de trabajar para Edison y creó su propia compañía eléctrica, patentando los generadores de corriente alterna, más eficaces, económicos y útiles que los de corriente continua de Edison. Así comenzó la guerra de las corrientes entre Tesla y Edison. El gran error en la batalla lo tuvo Tesla cuando hizo donación de todas sus patentes a su socio Westinghouse. A partir de ahí, como describen los entendidos en la materia: “Con el paso de los años, la corriente alterna de Tesla comenzó a ganar la batalla por la electrificación de Estados Unidos y entonces J.P. Morgan dejó de apoyar a Edison y su sistema de corriente continua, haciéndolo a un lado de la compañía (la cual cambió su nombre a General Electric). Pero como en toda guerra, sólo los más fuertes y despiadados quedan, y los inversores J.P. Morgan y George Westinghouse fueron lo suficientemente despiadados como para llegar a un acuerdo que los beneficiara sólo a ellos dos, dejando totalmente de lado tanto a Edison como a Tesla. Tesla debió ser el ganador de esta batalla y en términos de utilidad, ingenio e innovación: así fue. Pero Tesla pasó al olvido y hoy es Edison a quien se lo recuerda como el “padre de la electricidad”. Lo peor es que Edison ya era un hombre rico por el resto de sus patentes, pero Tesla había cedido todos sus derechos de patentes y terminó prácticamente en la indigencia.

Ejemplo 2: La batalla por el “cortar-pegar” de los genes. Mucho más reciente el control de la técnica denominada CRISPR-Cas9, que permite de forma fácil, rápida, barata y, sobretodo, altamente precisa, modificar el genoma (conjunto de material genético de cualquier célula que determina todas sus funciones básicas), está provocando una de las mayores guerras acreditadas por una patente. Y es que estamos ante una innovación que podría definirse como una auténtica mina de oro, debido a que algunas estimaciones calculan su volumen de mercado en casi 50.000 millones de dólares solo en biomedicina. 

En el año 2014, el laboratorio de Emmanuelle Charpentier, en colaboración con el de Jennifer Doudna, descubrió que una molécula conocida con el nombre de Cas9 podía ser usada para hacer cortes en cualquier secuencia deseada de un genoma e insertar, suprimir o modificar el contenido genético o ADN de la célula. Y efectivamente, como demostraron en su publicación en la revista Science, CRISPR-Cas9 permite la edición de genes dentro de los organismos, permite cortar y pegar genes a voluntad y cambiar el destino escrito en nuestro ADN.

No obstante, el sistema o tijeras moleculares de Charpentier/Doudna son poco precisas porque sí que consiguen “cortar-pegar” correctamente, pero a veces de manera impredecible. Así que, con el objetivo de perfeccionar estas tijeras y aumentar su precisión, otros investigadores del Broad Institutedel Massachusetts Institute of Technology (MIT) liderados por Feng Zhang mejoraron su función mediante una enzima modificada en el laboratorio conocida como xCas9, que permite la manipulación más precisa y de más sitios del genoma.

Poco después se obtuvo la primera de entre varias patentes generales por parte del grupo del MIT. Estas patentes cubren el uso de esta técnica revolucionaria que inaugura una nueva era de edición y corrección genética en todo tipo de organismos eucariotas (ratones, cerdos y humanos, entre otros). Por lo tanto, en cualquier ser viviente que no sea una bacteria. Para ello Zhang presentó material fotográfico y ficheros con datos de laboratorio originales como prueba fehaciente que según él confirmaban que tenía la tecnología en funcionamiento antes que sus competidores publicaran sus resultados o solicitaran sus propias patentes.

Se sumó a la controversia generada por esta patente el hecho que la obtención de la patente fue inferior a los 6 meses (el plazo medio de concesión de una patente se estima aproximadamente en 21 meses). Esto sorprendió (y mucho) a propios y extraños.

Posteriormente se demostró que el Broad Institutehabía pagado muy discretamente para que toda la documentación (más de mil páginas) fuese revisada muy rápido. Una vez obtenida la patente una empresa emergente o start-up (normalmente dedicadas a nuevas tecnologías o modelos de negocio innovadores y de alto crecimiento y riesgo) fundada por el propio Zhang compró la licencia para el uso de su patente al Broad Institute. No obstante, para complicar aún más las cosas, existen otras dos start-upcon parte de la propiedad intelectual o derechos de otros investigadores en forma de su propia patente sobre CRISPR-Cas9 y alguna de sus aplicaciones potenciales pendiente de aprobación.

Además, otros investigadores, en aras de defender sus propios derechos sobre el descubrimiento de esta misma tecnología, han promocionado legalmente la presentación de un procedimiento legal de interferencia en Estados Unidos. De prosperar dicho recurso sus promotores podrían hacerse con la esta patente. Actualmente, aunque se puede usar CRISPR-Cas9 en los laboratorios de medio mundo para comprender mejor los mecanismos de las enfermedades, su aplicación para generar productos o terapias, no es libre porque las empresas no quieren embarcarse en inversiones bajo tantas cuestiones o limitaciones legales. Así, hay investigadores regresando a los métodos de edición clásicos, más lentos, pero también eficaces.

En conclusión, la necesidad de proteger la propiedad intelectual de forma perfectamente regulada, como es el caso de las patentes, ha ganado importancia en la evaluación de la ciencia y la tecnología, tanto en las universidades como en los centros de investigación de todo el mundo. Como resultado, vemos que la historia está llena de luchas de ingenio, entre cables, mesas de laboratorio y fórmulas matemáticas, donde la luz y las ganas de mejorar nuestro bienestar y desarrollo brillan con intensidad, pero también, a veces, lo hacen la codicia e intereses particulares, sean egocéntricos o puramente financieros. Las dos anteriores son claras muestras de ello.

Más de un siglo atrás, ya se jactaba Edison diciendo: “En la ciencia y en la industria todo el mundo roba. Yo mismo he robado mucho. Pero yo sé robar. Los demás no saben hacerlo”.

Asimismo, en la actualidad, investigadores con intereses particulares en empresas o start-upssostienen que las aportaciones de otros colegas que trabajan en el mismo campo de estudio son “meras suposiciones” y que sin embrago ellos han sido los primeros en hacer el descubrimiento en un acto de invención distinto, extraordinario y de forma totalmente independiente. Así pues, afirman que han hecho los descubrimientos ellos solos e incluso que han aprendido “no mucho” del trabajo de otros. Por ello, algunas de las mayores instituciones de investigación científica del mundo se disputan, en el contexto de arduos combates legales, la autoría de muchos descubrimientos científicos y tecnológicos que podría representar “agua bendita” para sus maltrechas finanzas.

Es el caso del procedimiento de corta-pega genético contra aquellas enfermedades que sean hoy por hoy incurables y con una base genética bien establecida. En contraposición cada vez hay más consenso en relación al hecho que todas aquellas tecnologías con más impacto sobre la salud y bienestar general de la sociedad no pueden quedar protegidas o restringidas por patentes sino puestas libremente a disposición de la comunidad investigadora para que no supongan ningún obstáculo al avance científico. De todas formas, hay quienes sostienen que la guerra de patentes no está perjudicando el progreso científico. Textualmente comentan: “La ley de patentes es ofensiva no defensiva. Una patente no sirve para que puedas ser el único en usar tu propia invención, sino que te da potestad para que otros no lo usen. A cambio de ese monopolio o control tienes que publicar los detalles de tu nueva tecnología permitiendo que las investigaciones continúen libremente y no se frene el avance de la ciencia”. Definitivamente, veremos en los próximos años qué nuevos conflictos de protección de derechos de propiedad nos depara la ciencia y cuál termina siendo su impacto real sobre el gran nivel de desarrollo conseguido por nuestra sociedad en los últimos siglos de su historia. Y que la sangre continue sin llegar al río. 

* Santiago Roura, Doctor en Bioquímica e Investigador del Institut del Cor del Germans Trias i Pujol (Badalona)

Investigación y desarrollo: propiedad y guerra de patentes